El narrador de 'Frizie' toma la palabra
- emilioprietohurtad
- 28 nov 2015
- 5 Min. de lectura
Ser el narrador de Frizie es un trabajo que he disfrutado. Reconozco que, igualmente, hay que disponer de mucha humildad para llevarlo a cabo. Normalmente, el narrador es la persona que más habla y, a la vez, la menos conocida por el lector. ¿Alguien se ha preguntado quién soy yo? Espero que el autor algún día decida darme identidad. Hasta el momento, soy la voz en off que suena en tu cabeza cuando lees en silencio, así que, una vez más, voy a contarte algo: ¿Quieres conocer cuáles son los secretos que encierran las páginas de este libro?

Durante casi dos años Emilio Prieto ha estado construyendo las aventuras de un niño poderoso capaz de empatizar con las esencias de cada uno de sus compañeros, pero es cierto que necesitó mucho menos tiempo para definir toda la obra en una sola frase:
“Frizie es un ensayo emocional con forma de novela de ficción”
¿Por qué un ensayo emocional?
El escritor piensa que él ha sido quien ha redactado la novela y me ha dado voz, pero que no os engañe: fue al revés. Sin que se diera cuenta yo le he relatado toda la historia, como quién susurra al oído un secreto. Digamos que fui el guardián del gran final, un único conocer omnipotente de toda la trama, de principio a fin. A mi antojo, se la he ido contando a Emilio. Yo me aproveché de él porque, por desagracia, no soy corpóreo y no puedo escribir y, a cambio, le hice entender que la idea era suya. Así salimos todos ganando.
Por esa razón quise darle a ‘Frizie’ una base psicológica destacable. En primer lugar, apelé de manera directa a las emociones del lector. La idea era clara: un niño, un sentimiento. No presento a cualquier infante, sino a uno que solo sabe sentir de una manera determinada, sin contemplar otro tipo de esencia diferente.
Para conseguir hallar este trasfondo, encargué al autor la tarea de llevar a cabo un amplio estudio y análisis sobre las carencias afectivas en los niños, el nacimiento, razón y evolución de los sentimientos, emociones y pasiones humanas y la forma de estimularlas interna y externamente. ¡Qué difícil es entrar en la cabeza de ese hombre, que nunca para de pensar! Además, presioné un poco más para que se hiciera con varios manuales de psicología y entrevistara a unos cuantos psicólogos con el fin de extraer la base moral más destacable de todo este asunto.
Me nutrí de todo lo que aprendió y planifiqué aún mejor mi trabajo. Así, una vez que el escritor contempló la amplia base sobre la que yo iba a edificar mi obra, se dispuso a dibujar un internado divido en dos partes: una visible y otra invisible. La primera corresponde al Estigia, el edificio que puede verse desde lejos situado entre un bosque y un acantilado (lo que delimita la zona, extrapolando que esos niños están alejados, perdidos y atrapados). Bajo su suelo, se halla una amplia red de pasillos recónditos cuya estancia más amplia es el laboratorio del alquimista, el lugar donde se gestan las esencias que esos pequeños pueden sentir.
El paralelismo es claro y, además, lo he mostrado de forma clara en uno de los personajes principales: Eryan, también llamado Conrad, el médico y alquimista del internado. Una persona que, a ojos del lector, serán dos diferentes durante casi todo el libro. Él refleja, a la perfección, que estar en la superficie supone situarse en la parte racional del hombre mientras que, bajar al subsuelo, es adentrarse en el subconsciente, la parte más irracional e instintiva del ser humano.
En base a esos escenarios, recreé la historia de Frizie que, a su vez, contempla una doble lectura. Por un lado, la del lector que, ávido de aventuras, encontrará aquí las tramas suficientes para emocionarse y viajar junto a unos personajes muy peculiares. Por otro lado, y con la misma importancia, fragüé la intención de mostrar la evolución de los sentimientos con una premisa: el cambio es posible. Cuando un lector que sufre de soledad, depresión o carencias afectivas severas se encuentra con ‘Frizie’, ve cómo hay uno o varios niños que representan todos los sentimientos que, en ocasiones, le atrapan y ahogan. Se sentirá reflejado en ellos, y podrá darse cuenta de cómo han evolucionado y logrado cambiar por sí mismos ese don o, en ocasiones, esa maldición. Esta intención está patente en cada página: nadie está atado a ningún sentimiento, todos podemos ser libres de cambiar, evolucionar y crecer como personas. Solo hace falta una cosa: sentir que se puede y que es verdad.

¿Una novela?
Cuando Emilio comenzó a pulsar las teclas de su ordenador al ritmo de mi dictado, le enseñé un esquema irresistible para una buena novela: crear capítulos configurados en base a diferentes escenas. Resulta que, en el momento en que le mostré parte de la trama de ‘Frizie’, le presenté a todos esos niños con los que, previamente, yo ya había tratado, y claro ¡eran demasiados! Con tantos personajes, solo podía hacer una cosa: contar sus tramas por separado, aunándolas en diferentes momentos y presentando, además, algo muy interesante: ¿Cómo se relacionan los sentimientos entre sí? Fue increíble revelar cómo hablan el Amor y el Odio o cuál es la relación entre la Envidia y los Celos. Pero, para eso, necesitaba un orden preciso a través de los que organizar cada capítulo, y él comenzó a crear sus propios esquemas.
He de confesar que no lo he hecho yo todo. Los títulos de los capítulos sí que fueron idea de Emilio.
El caso es que tuve que hacerme unas cuantas preguntas clave justo al comienzo del libro, como por ejemplo, ¿a qué público iba dirigido? No quería contar cosas muy fuertes y ser gore si lo iban a leer niños. Tras una larga reflexión, y algunas discusiones con este tozudo escritor, llegamos a una conclusión: necesitábamos un lector maduro que entendiera la obra, pero ¿dónde empieza y acaba la madurez? Nunca lo determinamos, por lo que acordamos no poner un número que delimitase la edad de nuestro target, si bien infantil no sería, lo enmarcamos en una franja juvenil – adulto.
¡No sabéis lo difícil que es poner a escribir a una persona que, constantemente, trabaja frente a un ordenador! Mucho más darle órdenes cuando ni siquiera él sabe que soy un ente abstracto que vive en su cabeza. Eso sí, él siempre tuvo muy presente que el lector era lo más importante.
He de decir, como narrador de ‘Frizie’, que ha sido una gran experiencia poder ser yo el que contara las aventuras de esos niños, pero también duro enfrentarme a todas sus vivencias y estigmas emocionales. Si tuviese que poner una pega, se la pondría al escritor que, en alguna ocasión, ha cedido mi voz a otros personajes. Ellos, desde su perspectiva, han narrado su historia o lo que sentían en ese momento, dejándome a mí totalmente desocupado… pero bueno, unas vacaciones entre capítulos nunca vienen mal.
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