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Leah, la princesa de Ghabea

La vida en la corte no es fácil. Leyes a seguir, protocolos que conocer y esos malditos tratados que condicionan tu vida para mejorar la de los habitantes del reino. Ser princesa es un cargo muy sacrificado, uno al que he renunciado...

¡Adoraba los bailes reales! Vestidos, joyas y banquetes... ¡y la música! Los príncipes se peleaban por conocerme. Ante mí disimulaban pero, cuando me daba la vuelta, los escuchaba farfullar que ellos serían los elegidos... ¡qué equivocados estaban!


Miraba cada noche las estrellas pensando que mi destino estaría grabado en ellas. Odiaba esa idea. ¿Por qué no podemos sentirnos libres para elegir?


Nunca me han permitido ser yo misma. Las paredes de este castillo era como las de una prisión. Miraba el bosque a lo lejos y soñaba con huir y dejarlo todo, pero no tenía valor... no hasta esa noche.


Ghabea era una reino de abundantes feudos, es cierto, pero la pobreza asediaba nuestras calles. Mis padres, el rey Leopold y la reina Susanne, creyeron conveniente firmar un acuerdo con los dirigentes de Rhaem para equiparar fuerzas y poder. De esta manera, cedieron mi mano al príncipe Taylord con el fin de que nuestra unión simbolizara una alianza y la continuación de la Última Corona. Pero yo... ¡no pude permitirlo!


Huí lejos. Me escapé y dejé una carta de despedida.


El horror comenzó después.


Dicen que, mi culpa, nació la profecía.


Ahora estamos condenados por un poder mayor: un mortal convertido en un dios que ha divido el mundo en siete partes para controlar el destino de todos, incluido el mío.


No escapé de una cárcel para acabar en otra aún peor. Con o sin el Libertador, lograré vencerle y devolveré la paz a mi pueblo... aunque sea lo último que haga.

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